Al encuentro

Diario, acontecimientos y relatos de inclusión social

«Cada persona, una historia»


«En lo puro no hay futuro, La pureza está en la mezcla», cantaba Pau Donés hace años. La reciente celebración -el pasado 21 de mayo- del Dia Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo nos lo confirma. Y es que la riqueza cultural que de por sí tenemos en España, conformada por siglos de mezcolanza árabe, africana, romana..., se sigue enriqueciendo con la presencia de personas de origen migrante procedentes de diferentes lugares del mundo.

Desde el Proyecto Nazaret vivimos esa riqueza cada día. Y no es una diversidad superficial, ligada solo a comidas, bailes, vestidos o formas de hablar. Es una diversidad que nos enseña, en lo cotidiano, a descubrir diferentes formas de percibir el tiempo, la vida, la muerte, las relaciones familiares y de amistad, la forma de afrontar el ahorro, las expresiones de cariño y cercanía... Y esta diversidad, que en ocasiones provoca verdaderos choques en la convivencia, no es un problema, sino que una oportunidad para aprender y tomar distancia, para descubrirnos incompletos y necesitados de otras visiones. Son espacios en los que, si los sabemos aprovechar, nuestra mirada se abre, nuestros oídos se agudizan y nuestro corazón se ensancha, porque nos hacemos conscientes de que el mundo es mucho más de lo que hay más allá de nuestra nariz.

En concreto, en el Proyecto Nazaret hay una presencia especial de personas procedentes de África, un continente tan diverso como desconocido, sobre el cual se arrojan multitud de estereotipos que nos impiden reconocernos en igualdad de derechos. Con motivo de la preparación de la Jornada de Puertas Abiertas, les hemos pedido a cada uno de los participantes que intenten mostrarnos lo que ellos quieren que conozcamos de sus pueblos. Y la experiencia ha sido increíble, porque a menudo nos quedamos con generalizaciones sobre África que nos impiden descubrir la cantidad de lugares, espacios, usos y costumbres que existen en los cincuenta y cuatro países que conforman la tierra de nuestros vecinos y vecinas africanos.

Necesitamos pararnos para dejar de ver al inmigrante como una especie de máquina de trabajar que invade nuestro territorio, como algunos pretenden hacernos creer, y aprender a reconocer rostros, historias, aportes que traen consigo cada una de estas personas. «Cada persona, una historia». Asi es como hemos querido titular este trabajo de compartir la diversidad de cada uno de los participantes. No es un mero lema: es el reflejo real que nos invita a saborear lo que nos dice el papa Francisco: «Una sana apertura nunca atenta contra la identidad. Porque al enriquecerse con elementos de otros lugares, una cultura viva no realiza una copia o una mera repetición, sino que integra las novedades, a su modo. El mundo crece y se llena de nueva belleza gracias a sucesivas síntesis que se producen entre culturas abiertas, fuera de toda imposición cultural» (Fratelli Tutti, 148)

Decía Rigoberta Menchú, indígena guatemalteca, Premio Nobel de la Paz, que la diversidad de los países del sur no puede servir para ocultar la realidad de empobrecimiento en la que viven muchos de ellos. No podemos querer mantener siempre a los pueblos como museos etnográficos, estáticos en el tiempo, como una foto que nos provoca curiosidad.. Estos países y las personas que viven en ellos, buscan mejorar sus condiciones de vida. Y cuando deciden migrar, vienen buscando un cambio para si y sus familias. Y viajan con ese bagaje cultural, que sería un error no reconocer y compartir. La acogida a las personas migrantes se convierte en una acción bidireccional, de enriquecimiento mutuo, en una oportunidad que nos abre a una nueva forma de convivencia y que, lejos de hacernos perder identidad, nos hace más humanos.

Celebremos esta oportunidad.  

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