Hace una semana comenzaba la última Asamblea de Cáritas Internationalis en Roma para designar la nueva cúpula de la confederación internacional. Un encuentro de 400 delegados en representación de las 162 Cáritas nacionales que comenzó con una audiencia privada del Papa Francisco en la sala Clementina del Vaticano.
Tras saludar a varios de los representantes el Santo Padre ofreció un discurso recordando como la institución fue constituida tras la Segunda Guerra Mundial por el Papa Pio XII y como sus predecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, consolidaron esta institución cuya identidad es el amor de Dios por los hombres.
«Frente a los horrores y devastaciones de la Segunda Guerra Mundial, el venerable Pío XII quiso mostrar la solicitud y la preocupación de toda la Iglesia por la familia humana; por las numerosas circunstancias en las que la vida de hombres, mujeres, niños y ancianos estaba amenazada y la búsqueda de un desarrollo humano integral se veía obstaculizada por los estragos que causaban los conflictos bélicos. Movido por un espíritu profético, se pronunció en favor de la institución de un organismo que sostuviera, coordinara e incrementara la colaboración entre las ya numerosas organizaciones caritativas por medio de las cuales la Iglesia universal anunciaba y testimoniaba, con gestos y palabras, el amor de Dios y la predilección de Cristo por los pobres, los últimos, los descartados».
Una identidad de vocación eclesial para colaborar con los obispos en el ejercicio de la caridad
«Es importante volver a la fuente —el amor de Dios por nosotros—, porque la identidad de Caritas Internationalis depende directamente de la misión que ha recibido. Lo que la distingue de otros organismos que trabajan en el ámbito social es su vocación eclesial y, en el seno de la Iglesia, lo que especifica su servicio respecto a las numerosas instituciones y asociaciones eclesiales dedicadas a la caridad es la tarea de ayudar y colaborar con los obispos en el ejercicio de la caridad pastoral, en comunión con la Sede Apostólica y en sintonía con el Magisterio de la Iglesia».
San Juan Pablo II quiso evidenciar el estrecho vínculo que, desde los inicios, unió a Caritas Internationalis con los Pastores de la Iglesia y, en particular, con el Sucesor de Pedro, que preside la caridad universal [1]. Lo hizo, sobre todo, evocando la fuente del amor por la Iglesia, la entrega con la que Cristo se hizo don para los suyos durante la última cena».
El amor todo lo cubre
«El amor todo lo cubre —dice Pablo—, no para ocultar la verdad, de la que por el contrario el cristiano siempre se alegra, sino para que el pecado se distinga del pecador, de modo que uno sea condenado y el otro salvado. El amor todo lo excusa, para que todos podamos encontrar consuelo en el abrazo misericordioso del Padre y ser envueltos por su perdón».
«Pablo concluye su “elogio a la caridad” afirmando que ésta, en cuanto vía excelente para llegar a Dios, es más grande que la fe y la esperanza. Lo que dice el Apóstol es totalmente cierto. Mientras la fe y la esperanza son “dones provisorios”, es decir, unidos a nuestra condición viática de peregrinos sobre esta tierra, la caridad sin embargo es un “don definitivo”, una prenda y un anticipo de los últimos tiempos, del Reino de Dios. Por eso, todo lo demás pasará, pero la caridad nunca tendrá fin».
La tareas de la Confederación Caritas Internationalis
«La tarea de ustedes es, en primer lugar, la de cooperar en la siembra de la Iglesia universal, anunciando el Evangelio con las buenas obras. No se trata sólo de poner en marcha proyectos y estrategias que resulten victoriosas, que persigan la eficacia, sino saberse dentro de un proceso constante y continuo de conversión misionera. Significa mostrar que el Evangelio «responde a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y a la realización plena en la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad» (Exhort. ap. Amoris laetitia, 201). Por eso, no es baladí recordar la íntima unión entre el camino de santidad personal y la conversión misionera eclesial. Quien trabaja para Cáritas está llamado a dar testimonio de ese amor ante el mundo. Sean discípulos misioneros, ¡sigan las huellas de Cristo!
En segundo lugar, están llamados a acompañar a las Iglesias locales en la realización de su compromiso activo con la caridad pastoral. Cuiden la formación de personal competente, capaz de llevar el mensaje de la Iglesia a la vida política y social. El desafío de un laicado consciente y maduro es más actual que nunca, porque su presencia se extiende a todos los ámbitos que tocan directamente la vida de los pobres. Son ellos los que pueden mostrar, con libertad creativa, el corazón materno y la solicitud de la Iglesia por la justicia social, comprometiéndose en la ardua tarea de cambiar las estructuras sociales injustas y promover la felicidad de la persona humana.
Por último, les ruego unidad. Vuestra confederación está hecha de muchas identidades. Vivan esa diversidad como una riqueza, la pluralidad como un recurso. Compitan en estimarse recíprocamente, dejando que los conflictos lleven al debate, al crecimiento, y no a la división».