Diego Márquez Muñiz ejerce desde hace veinte años como delegado diocesano de Pastoral Obrera. A sus 61 años, este trabajador y sindicalista de Correos, casado, padre de dos hijas y abuelo de un nieto de ocho meses -«la bendición más grande de mi vida en los últimos tiempos»- es protagonista de una trayectoria vital profundamente arraigada en el obrerismo cristiano. «Trianero en la diáspora, de la calle Alfarería y la parroquia de la O», como le gusta reconocerse, fue parte, siendo niño, de la población desplazada con motivo de la demolición de las casas de vecinos del arrabal. Desde el refugio de Los Merinales, donde vivió varios años, «tuve la suerte de caer muy joven en la parroquia de Las Letanías, en el Polígono Sur, en la época de José María Valmisa». Y allí comenzó «toda una vida de militancia», como resume: primero, durante su juventud, en el Movimiento de Jóvenes de Acción Católica; y, más tarde y hasta hoy, en la Hermandad Obrera de Acción Católica, de la que ha sido presidente nacional y autonómico...
Me cito con él un jueves por la tarde, un buen rato antes del comienzo de la reunión de la Acción contra el Paro -por la que le preguntaré-, para hablar de lo divino y de lo humano en la parte que confluye, sobre todo, en la Pastoral Obrera. Y no es poco.
P./ Rafael Díaz Salazar, sociólogo de referencia de los movimientos apostólicos, publicaba a principios de los noventa un conocido libro titulado «¿Todavía la clase obrera?», así entre interrogantes... Han pasado más de treinta años... ¿Todavía la clase obrera? ¿Dónde está hoy la clase obrera?
R./ Sí, todavía la clase obrera. El rostro ha cambiado e incluso el término «obrero» quizás ya no sea un término tan significativo. De hecho, incluso empiezan a preferise los términos «pastoral del trabajo» a «pastoral obrera». Pero sí, sigue existiendo una clase social con unos valores, con una historia, con una forma de afrontar la cultura, con una cultura atravesada por el trabajo, por la necesidad de vivir del trabajo asalariado. Don Antonio Algora, que fue durante muchos años obispo de la Pastoral Obrera, decía elocuentemente que «donde hay ropa tendida, hay clase obrera».
P./ Sin embargo, ese mundo obrero parece vivir una crisis de desidentificación, de desvinculación, de desmovilización...
R./ El capitalismo no es sólo un sistema económico, sino un también un sistema cultural que nos ha arrastrado al individualismo en
beneficio del capital. Ha disgregado al rebaño, como dicen algunos pensadores. La globalización, que era la aspiración del movimiento obrero, quien la ha conquistado ha sido el capital. Existe también una fragmentación tremenda de la clase trabajadora. Tú vas a un aeropuerto y te encuentras con que las personas que trabajan lo hacen para sesenta empresas, sin espacios comunes. Y también está la situación del movimiento obrero, que antes dotaba de unidad e identidad a la clase obrera y hoy, cuando más falta hace, está muy débil.
P./ ¿Cuáles son las realidades más clamorosas del mundo del trabajo?
R./ Yo diría que la precariedad. El mundo obrero siempre ha tenido capas en función de los sectores de producción y de los niveles salariales, pero, como solemos decir en nuestro ambiente, hoy se ha creado una nueva clase social: el precariado. Son los que viven en precario permanentemente. Hace no tantos años el paro se percibía con perspectivas de provisionalidad y hoy es una perspectiva permanente. Una persona encuentra un trabajo y sabe que volverá al paro. Por otra parte, la exclusión se ha metido en el mundo obrero y el mundo obrero se ha metido en el mundo de la exclusión, se ha difuminado esa frontera. Antes tener un trabajo te garantizaba la integración social y cubrir las necesidades básicas. Hoy no, hoy tener un trabajo no es garantía de esto.
P./ Durante esta última legislatura ha habido reformas e iniciativas legislativas en el ámbito laboral... ¿Cómo las valoras?
R./ Muy positivamente. La reforma laboral y la subida del salario mínimo han cambiado algunas cosas, sobre todo en beneficio de algunos sectores muy precarios. La eliminación de los contratos temporales ha beneficiado a los más sometidos a condiciones de temporalidad. La subida del salario mínimo a los que más dificultad tienen para llegar a fin de mes. Esa subida no ha sacado a las personas de la pobreza, pero les permite respirar un poquito más... Llegados aquí, me gustaría poner en valor la importancia de la labor política, tan desprestigiada. Como dice el Papa, «la mayor caridad social es meterse en política». Para el bien común, naturalmente, no para el beneficio personal. Hacen faltan más personas cristianas y con valores en política, en el sindicalismo y en lo social.
P./ «Pastoral obrera», «obreros y cristianos», «Iglesia y mundo obrero»... ¿Comprende la sociedad esta semántica?
R./ No. Ni la Iglesia. Incluso, hay que decirlo así, somos muy marginales. Somos mundo obrero en la Iglesia e Iglesia en el mundo obrero, esta es nuestra doble identidad. Y somos admitidos, queridos, valorados, pero la comprensión es complicada. La Pastoral Obrera es una pastoral
«de frontera». Mientras algunas pastorales son al interior de la Iglesia, la nuestra es una pastoral de salida, «en salida», como dice el Papa, para llevar el evangelio a otros lugares, para anunciar a Cristo, que es la Salvación. Y eso es lo que perseguimos nosotros: construir el Reino de Dios en esa realidad obrera.
P./ ¿Y las organizaciones sindicales?
R./ Hace muy poco hemos tenido una reunión con el arzobispo en la que participaron todas las organizaciones sindicales representativas de Sevilla, al más alto nivel. Se trataba de comentar la realidad del mundo del trabajo y de informarle particularmente sobre el grave problema de la siniestralidad laboral, que nos preocupa mucho. Fue una reunión sumamente cordial, muy cariñosa y respetuosa, y de gran reconocimiento por parte de los sindicatos de la labor social que hace la Iglesia.
P./ ¿Hay un sindicalismo cristiano?
R./ En España no existe un sindicalismo confesional. Lo que hay es un estilo cristiano de estar en los sindicatos, una militancia cristiana obrera. Esto se realiza dando testimonio cristiano, transmitiendo los valores cristianos. Cuando un militante está entregado, es generoso, no busca el protagonismo, sino el bien común, las personas se sienten interpeladas. El Evangelio potencia muchos valores humanos y lo que aportan los cristianos en el mundo político y sindical no lo aporta nadie más. Llevamos comunión, llevamos a Cristo. Son historias, como dice el Papa, «de santos de la puerta de al lado», de militantes que se han dejado el pellejo tanto en política como en sindicatos.
P./ ¿Cuál es la trayectoria histórica de la Pastoral Obrera?
R./ La Pastoral Obrera tiene la trayectoria de los movimientos especializados de Acción Católica. La JOC y la HOAC tienen más de setenta y cinco años de historia y se han hecho presentes en la diócesis desde sus comienzos, con un protagonismo importante. Como anécdota, a finales de los cincuenta los miembros de la Comisión Diocesana de la HOAC llegaron a ser detenidos y tuvieron que venir a liberarlos los dirigentes nacionales con la ayuda del cardenal Bueno. Tuvo su momento fuerte a mediados de los noventa, a partir del documento «La Pastoral Obrera de toda la Iglesia», que los obispos españoles aprobaron y divulgaron en el 94. La delegación fue creada por el cardenal Amigo hace más de treinta años. Realmente, don Carlos tuvo una gran sensibilidad pastoral por el mundo del trabajo, como demostró en un gran número de cartas, en las que llegó a decir que ésta era una «pastoral imprescindible». Don Juan José Asenjo también la potenció y, de hecho, la Acción conjunta contra el Paro es una iniciativa impulsada por él. Y don José Ángel también está demostrando actualmente una gran preocupación por la pastoral social, como se manifiesta en el hecho de la creación de una vicaría específica.
P./ La Acción conjunta contra el Paro cumple ahora diez años. ¿Qué balance hacéis de esta experiencia?
R./ Esta iniciativa diocesana, que promovió don Juan José Asenjo, se planteó con un objetivo de concienciación y denuncia sobre la situación de las personas en paro. Recuerdo que, cuando se presentó, en la rueda de prensa, un periodista me preguntó: «¿Cuántos empleos van a crear?». «Lo siento, pero no me he explicado bien...» No, no se trataba de eso, que se escapa de nuestras posibilidades, sino de crear una dinámica de sensibilización y formación en torno a una concepción del trabajo humano acorde con la dignidad de la persona. En este sentido, el balance es muy positivo. Yo creo que, sobre todo, hemos aprendido a trabajar juntos, «sinodalmente», por decirlo con esta palabra tan actual en la Iglesia, y hemos entendido que juntos somos más de lo que sumamos. También, durante estos años, hemos podido ofrecer una reflexión importante, con la participación de personas brillantes de España y del extranjero en materia de economía o empleo. Tuvimos la suerte de poder traer a Luigino Bruni, por ejemplo, que es el principal teórico e impulsor de la Economía de Comunión. Y en cada encuentro han participado muchas personas de las parroquias. Hoy la perspectiva va en la línea de las dos propuestas del papa: el salario universal y la reducción de jornada.